viernes, 6 de abril de 2012

Los presupuestos y el silencio. Con mi dinero no, gracias.

     Los últimos años han sido duros. Tiempos difíciles para el ciudadano de a pie que ha tenido que soportar el cúmulo de despropósitos que han supuesto los ocho años de desgobierno de Zapatero. Llegó la crisis pero fue más fácil negarla, acusando incluso de antipatriotas a quienes avisaban de la catastrofe. Después, la inacción, esperando que la crisis pasara como los aguaceros en verano. A continuación, las ocurrencias, como el plan E que llenó nuestros pueblos y ciudades de rotondas inútiles y zanjas que se abrían para volver a cerrarlas con el discurso de que había que dar actividad a la economía. Finalmente, a toda prisa, tarde mal y nunca, unas pocas medidas tan deslavazadas como impopulares. Una gestión lamentable basada en el cortoplacismo electoral que nos ha hundido en la miseria económica y moral, y que ha destrozado nuestra imagen a nivel mundial.

     Llega el final de la fiesta y hay que pagar los platos rotos. Desde Europa nos dictan unos presupuestos que deben ser austeros por fuerza para enderezar el desastre y cumplir nuestras obligaciones, tratando de reparar en la medida de lo posible el derroche de quien gastó lo que no tenía cuando no podía hacerlo, olvidando los más elementales principios de prudencia que debe tener todo gobernante y que conoce cualquier ama de casa que tenga que lidiar con su doméstica economía.

     Y cuando mudos de la vergüenza debían estar los causantes de tal desaguisado, dejando hacer lo que hay que hacer, se permiten criticar acusando de injustos e insolidarios los imprescindibles recortes por supuesto sin aportar ninguna idea y desde luego sin aclarar que iniciativas habría que tomar porque entonces deberían justificar por qué no lo hicieron cuando pudieron y debieron. De entre ellos, destaca por méritos propios el ínclito Valeriano, ministro del paro y hoy inquisidor de las cuentas, que en lugar de tanto discurso vacío debiera explicarnos cómo es que no aplicó la pócima mágica cuando fue su turno.

     Junto a los anteriores, vociferantes ahora tras ocho años de bien pagado silencio, se sitúan los presuntos representantes de los trabajadores también conocidos como los sindicatos mayoritarios, desconociendose sin embargo a quienes representan ni quienes les votaron, y sobre todo quedando inexplicado donde estaban en los años de gestación del desastre para que ahora no den tregua casi desde el primer día en defensa no se sabe muy bien de qué intereses, salvo los suyos propios.

     Es hora de decirles a unos y a otros que el pueblo no se cree sus mentiras fundadas en el consabido aforismo de que la mejor defensa es un buen ataque; a los socialistos hay que decirles alto y claro que no les creemos, que no nos convence que se atrevan a criticar cuando todos los españoles sabemos que la causa de la debacle hacia la que nos encaminamos no es la crisis como ente abstracto pues toda Europa e incluso el resto del mundo la han sufrido igualmente y sin embargo somos record mundial de paro, muy por encima de Grecia o Portugal; y a los sindicatos del mismo modo indicarles que a la mayoría de los españoles nos parece insuficiente el recorte de sus subvenciones que han marcado los presupuestos, que aspiramos a que se les suprima hasta el 100% de lo que perciben de nuestros impuestos, que no soportamos más ni los liberados ni los privilegios ni los discursos vacíos ni la falta de alternativas creíbles, basta ya de populismo barato y de boicot a la economía. El que quiera sindicato que se lo pague, a vivir de las cuotas y si no a casa, desde luego, hacer huelgas generales pagadas con mi dinero no, gracias.

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